Era una extraña visión: en el centro de un terreno vacío cubierto de escombros y las barras de metal que antes habían dado soporte a la estructura del templo estaban las hermosas Deidades de Radha-Krishna, Sri Sri Radha-Rasabihari, vestidas con Sus trajes de color verde y plata y decoradas con guirnaldas de flores. Se encontraban de pie sobre Su altar de madera de teca tallada, entre el fragante aroma de incienso y el cálido resplandor de lámparas de ghee. Sólo habían sido destruidos dos o tres pequeños pedazos del techo sobre Ellos; pero Ellos y la habitación de las Deidades se mantuvieron intactos. Y la imagen del Señor Nrsimhadeva sobre las puertas del altar, aunque ligeramente inclinada hacia un lado, todavía estaba allí también, como si Él estuviera mirándonos desde arriba, y asegurándonos que había estado allí para proteger a las Deidades.
Era el año 1973, y aquel terreno —una parte de lo que había sido la jungla de Juhu—, estaba supuestamente en el proceso de ser transferido a Srila Prabhupada y a ISKCON. El vendedor, el Sr. Nair, había tomado un depósito considerable y estaba retrasando la transferencia con algún pretexto, como lo había hecho dos veces antes con el mismo terreno. Mientras tanto, Srila Prabhupada había llevado las Deidades de Radha y Krishna a la propiedad, a la que llamó Hare Krishna Land, y se construyó una estructura temporal como un templo para alojarlos. Srila Prabhupada le dijo a Nair: “Si quieres quedarte con el terreno, entonces devuelve nuestro dinero. De lo contrario, quédate con el dinero y danos el terreno”. Pero el propietario quería mantener tanto el dinero como el terreno, contra todos los principios de la ley y la justicia.
Una mañana, el 18 de mayo de 1973, dos grandes camiones de la Corporación Municipal de Bombay llegaron a Hare Krishna Land, y cincuenta trabajadores municipales con palancas, cinceles y mazos bajaron al templo. Inmediatamente después llegó una camioneta del departamento de la policía, de la que surgieron numerosos agentes. Corrí hacia el funcionario municipal a cargo para preguntarle qué estaba pasando, y dijo que la estructura no estaba autorizada y que habían ido para demolerla. Le respondí que el templo sí estaba autorizado y que tenía una carta del Consejo Municipal para probarlo. Sin embargo él se mostró desinteresado, y aún después de mostrarle la carta y otros documentos en mi archivo, ordenó que la demolición comenzara. Así que me acerqué a los policías, que dijeron con indiferencia: “Estamos aquí sólo para ver que no haya problemas”.
Algunos de los trabajadores pusieron una escalera contra el templo, y uno de ellos comenzó a subir con un mazo para romper el techo. Eché la escalera al suelo, e inmediatamente tres policías me agarraron por los brazos y el cuello y me llevaron a la camioneta. Otros devotos también corrieron para detener a la brigada de demolición, y uno por uno fue capturado. Finalmente, la última que quedó fue Maithili dasi, la encargada del pujari. Después de haber cerrado las puertas del recinto de las Deidades, se quedó allí de pie, lista para derribar a cualquiera que se acercara. Un policía la agarró, y ella le dio un puñetazo. Luego, varios policías se unieron contra ella y la golpearon con sus porras, la cogieron de los cabellos y la arrastraron a la camioneta, donde todos estábamos sentados sin poder hacer nada, siendo testigos de la brutalidad y cantando oraciones al Señor Nrsimhadeva. Los vecinos, los inquilinos, los transeúntes —nadie movió un dedo para ayudarnos—.
Nos llevaron a la comisaría de Santa Cruz, y nos encerraron en una habitación. No nos permitían hacer llamadas telefónicas. Sólo unas largas horas más tarde nos pusieron en libertad y pudimos regresar.
Al día siguiente aparecieron titulares y fotos en la portada de varios periódicos. La leyenda de una foto decía: “Templo ilegal demolido”. El agente inmobiliario principal del vendedor, el administrador municipal local, había hecho arreglos para que informes hostiles sobre nosotros aparecieran por todas partes. Me apresuré en acudir a la oficina del concejal municipal de Bombay, pero me dijeron que estaba demasiado ocupado para verme.
Le informamos a Srila Prabhupada en Calcuta, y sugirió que aprovecháramos el incidente para que nuestros miembros vitalicios se involucraran más en nuestras actividades. Prabhupada mismo envió una carta abierta a nuestros amigos, miembros y simpatizantes, que publicamos en nuestro periódico local, el Hare Krishna Mensual. Después de resumir la historia del movimiento Hare Krishna, su filosofía y sus dificultades en Juhu, Srila Prabhupada concluyó diciendo:
“Tenemos muchos simpatizantes y miembros vitalicios de nuestra asociación, y me gustaría que acudan a ayudarnos en esta situación precaria para salvar la situación. Nuestra causa es tan noble, científica y pura, que toda persona, sin distinción de casta, credo y religión, debe estar dispuesta a salvarnos de esta posición. Espero que mi llamamiento a la gente de Bombay no será en vano”.
Siguiendo las instrucciones de Prabhupada, organizamos una reunión de todos los miembros vitalicios en Bombay. Nuestro buen amigo Sadajiwatlal, un firme hindú y partidario de ISKCON, nos ayudó con los preparativos. Sólo asistieron alrededor de doce a quince miembros, pero Sadajiwatlal dio un poderoso discurso de apertura, y yo leí la carta de Prabhupada.
A hindúes reflexivos les preocupaba que si un templo era destruido sin ninguna reacción o respuesta que llevara a la restitución y retribución adecuada, otros templos serían vulnerables y podrían ser destruidos de manera similar en el futuro. Sadajiwatlal puso todo su corazón en ayudarnos con la campaña del templo, y empleó la ayuda de sus amigos y asociados en el esfuerzo. El Sr. Vinod Gupta, miembro del partido político pro-hindú Jan Sangh, publicó un folleto declarando que ISKCON era una organización hindú fidedigna. Y Sri Sarkar Singh, de la organización Hindu Mahasabha, amenazó con hacer un ayuno si el templo no se reconstruía pronto.
En busca de ayuda, nos pusimos en contacto con los líderes del Shiv Sena en la corporación municipal. Vamanrao Mahadik, el presidente del Comité Permanente, el comité más poderoso de la Corporación Municipal de Bombay, se indignó por la demolición, que calificó de ilegal, y prometió plantear el tema en el comité. El 21 de mayo, después de que se aprobó una resolución unánime a nuestro favor, le escribió al comisionado municipal diciéndole que ellos debían correr con los gastos de la reconstrucción del templo, y autorizar su permanencia hasta que el tribunal decidiera el caso del litigio sobre la propiedad.
Mientras tanto, el Sr. Mhatre, el concejal municipal y amigo de la Sra. Nair que había instigado la demolición del templo, acudió a ver al comisionado de beneficencia y le planteó varias cuestiones acerca de nuestra condición como entidad benéfica. Aún más alarmante fue que acudió a la Oficina de Extranjería para que nos echaran de la India. Pronto llegaron avisos de la oficina del comisionado de beneficencia, así como de la Oficina de Extranjería.
Durante quince horas cada día, los devotos junto con los miembros del comité Salvemos el Templo, nos dedicamos a realizar llamadas telefónicas, a escribir cartas, a emitir circulares, a ponernos en contacto con los periódicos, y a reunirnos con influyentes ciudadanos y funcionarios del gobierno. Pero la tarea principal era conseguir el permiso para reconstruir el templo. Sadajiwatlal y yo fuimos a ver a los concejales más importantes de la Corporación Municipal, uno por uno, para convencerlos de que se debía conceder el permiso. Luego, como yo además tenía que ocuparme de otros asuntos, Sadajiwatlal, junto con Yadubara dasa y Visakha dasi, continuaron poniéndose en contacto con los concejales, explicando los hechos y contrarrestando la propaganda falsa que el Sr. Mhatre estaba haciendo contra nosotros en el municipio. Todos los ciento cuarenta concejales se convencieron de que no era posible que fuéramos lo que el Sr. Mhatre decía que éramos. Nuestros esfuerzos impulsaron una gran ola de simpatía a nuestro favor, ya que la gente llegó a comprender gradualmente quiénes éramos en realidad.
Puesto que yo estaba ocupado con otras actividades, Harikesa dasa se ofreció a publicar la siguiente edición del Hare Krishna Mensual. Harikesa era brillante, y con la ayuda de Acyutananda Swami imprimió una sensacional publicación —titulada “Edición Especial sobre la Demolición”—, con una foto del templo demolido que cubría la portada y la contraportada, y el título “La religiosidad en ruinas”. Los artículos también aparecieron en otras publicaciones, como la revista de la Maharashtra Gopalan Samiti, condenando enérgicamente la acción del municipio. Y desde Calcuta, nuestro amigo Tarun Kanti Ghosh, que era el ministro de Industria, Comercio y Turismo en el gobierno de Bengala occidental, envió una carta al jefe de gobierno de Maharashtra:
“Los miembros de la asociación adquirieron un terreno cerca de Juhu, Bombay, y construyeron un templo. Hace unos días unos malhechores demolieron el templo y empezaron una campaña acusándolos de “hippies” y “agentes de la CIA”. Esto, por lo que yo sé, está muy lejos de la verdad. De hecho, esta Sociedad Hare Krishna es puramente un movimiento religioso y merece todo tipo de ayuda”.
Unos días después de la demolición, Srila Prabhupada expresó su opinión sobre el incidente en una carta dirigida a la Sra. Nirmala Singhal:
“La demolición de nuestro templo por el municipio ha fortalecido nuestra posición. El Comité Municipal Permanente ha condenado la acción precipitada del municipio y ha accedido a reconstruir la estructura y correr con los gastos. No sólo eso, sino que la construcción temporal continuará hasta la decisión del tribunal en cuanto a quién es el propietario del terreno. Dadas las circunstancias, debemos reconstruir de inmediato la estructura para las Deidades. Se debe colocar de inmediato una cerca de alambre de púas en el terreno vacío, y si es posible, delante de la caseta de la Deidad, debe construirse un pandal temporal con nuestros materiales. Si esto se lleva a cabo, entonces puedo ir a Bombay, comenzar el Bhagavata Parayana y continuar hasta que el tribunal tome una decisión. Éste es mi deseo”.
Tal como Srila Prabhupada había predicho, nuestra posición se vio fortalecida y una gran ola de simpatía emergió a nuestro favor. La aparente calamidad sirvió de impulso para cada vez conocer a más personas y presentar la conciencia de Krishna, para organizar y movilizar a nuestros devotos y aliados más allá de lo que podríamos haber hecho bajo circunstancias ordinarias. Srila Prabhupada solía citar el dicho “El fracaso es el pilar del éxito”. Él dijo que, sobre todo en la vida espiritual, el fracaso no debe ser motivo de desaliento. Solamente tenemos que intentarlo, y volver a intentarlo. Y por su misericordia y la misericordia de Krishna, salimos victoriosos. Poco después reconstruimos el templo semipermanente y, finalmente, construimos el hermoso templo de mármol y el complejo cultural para Sri Sri Radha-Rasabihari.
En el momento de la demolición, sentimos que todo estaba perdido, pero con la dirección inteligente y la potencia espiritual de Srila Prabhupada, al final obtuvimos todo lo que queríamos —lo que él quería—: no sólo el permiso para conservar el pequeño templo semipermanente, sino además los permisos, fondos, recursos, mano de obra, y todo lo que necesitábamos para construir el templo, la casa de huéspedes, el restaurante, el auditorio y las exhibiciones —para el placer de Sri Sri Radha-Rasabihari y para el beneficio de la gente de Bombay, de la India y del mundo—.
Hare Krsna.